Las lluvias, ¿responsables por deslizamientos e inundaciones?
Carlos Rodríguez Amaya
La magnitud de los efectos causados en Colombia por el persistente invierno de los últimos meses, presenta un panorama desolador por la devastación por lluvias en 28 departamentos, representada por un gran número de muertos y desaparecidos, millones de personas afectadas, miles de hectáreas inundadas y la pérdida potencial de un sin número de empleos, invita a la reflexión y al análisis sobre la responsabilidad de todos y cada uno de los colombianos, y de las entidades gubernamentales y autoridades de todos los niveles, con el fin de definir acciones inmediatas y de corto y mediano plazo, necesarias e indispensables para prevenir al máximo, a futuro, situaciones tan desastrosas como las vividas durante 2010 y en varias oportunidades anteriores.
Sin lugar a dudas, la ocurrencia generalizada de lluvias durante los meses recientes es producto de la naturaleza, a la cual es imposible controlar, pero la responsabilidad directa del hombre por los daños generados a quienes son afectados por los deslizamientos o por las inundaciones, no se puede eludir; antes por el contrario, es conveniente y necesario reflexionar sobre ese particular y tomar con responsabilidad, con decisión y con oportunidad las medidas preventivas y correctivas necesarias, dentro de una gestión sostenible del medio ambiente.
En los deslizamientos y en las inundaciones interviene un tipo de río diferente, pero integrados por ser parte de una misma cuenca hidrográfica: En los primeros, los ríos son de montaña, en los cuales priman la alta pendiente, la presencia de rocas y fragmentos rocosos y una gran energía, por lo que se profundiza el lecho del río por socavación y, en consecuencia, se desestabilizan los taludes del cauce y se generan los desastres por este fenómeno.
En las inundaciones, los ríos son los aluviales, en los que prima su menor pendiente, una mayor capacidad de transporte y su permanente evolución lateral dentro de su valle, por la cual se erosionan sus márgenes y periódicamente se inundan las zonas aledañas, ¡de su propiedad!
Como se sabe, es de la naturaleza de los ríos que estos transporten agua y sedimentos en combinación. Los sedimentos transportados por los ríos de montaña vierten a los ríos aluviales, de capacidad limitada para el transporte de los caudales, así que cuando dicha capacidad se excede, sobrevienen las inundaciones. Una mayor cantidad de sedimentos producidos en las cuencas altas y transportados por los primeros afectan de manera directa la capacidad de los ríos aluviales de la zona plana para su transporte y, como tal, se aumenta el riesgo de inundaciones y se estimula la inconveniente evolución del río, con lo que se genera la pérdida de suelos y de infraestructura y, aún peor, de vidas humanas; también se dificulta de manera notable la navegación.
Entonces, vale la pena establecer quiénes son los verdaderos responsables por los deslizamientos y las inundaciones, y sus efectos, para lo cual se hacen los siguientes comentarios.
El hombre-cultivador, quien en las cuencas altas deforesta para el establecimiento de cultivos o para actividades ganaderas, incluyendo al hombre-coquero, el más depredador, es responsable del desastre, pues al sobrevenir las lluvias sobre terrenos desprotegidos se limita la infiltración del agua hacia el subsuelo, por un aumento de la cantidad de agua que se conduce directamente hacia el río de montaña, transportando grandes cantidades de suelo erosionado, en forma de sedimento.
El hombre-residente, quien decide motu proprio construir su vivienda en las laderas próximas a los ríos de montaña, sin atención a la reglamentación que sobre el particular debe existir, si existe, es responsable de su propia decisión y de su propio desastre, pues a él no debe escapar su vivencia personal de situaciones de desastre producidas en tales ríos.
Y si no existe la reglamentación sobre el particular, como suele ser muchas veces el caso, o si existiendo no se exige su cumplimiento, el hombre-autoridad, de carácter municipal, regional, departamental o nacional, es responsable del desastre, por su laxitud y por su omisión. En la elaboración de los Planes de Ordenamiento Territorial, POT, que exige la Ley, el Alcalde debe contemplar esas condiciones y prever, en consecuencia, la posible ocurrencia de deslizamientos e inundaciones.
Por lo mismo, el hombre-cultivador de las cuencas altas es responsable de las inundaciones en la parte baja. De éstas, son responsables directos, de la misma forma que para los deslizamientos en las cuencas altas de los ríos de montaña, el hombre–cultivador y el hombre-residente de las planicies aluviales, quienes ocupan una zona que no les pertenece, sino que por naturaleza es de propiedad del río. También es responsable de ellas, y aún más, por su mayor nivel educativo, el hombre-autoridad, en cualquiera de las categorías ya descritas.
Pero igualmente, el hombre-técnico que participa en las reglamentaciones sobre el particular o que tiene responsabilidades de coordinación y control sobre la materia, es responsable de los efectos de los fenómenos descritos, inclusive con un mayor nivel de responsabilidad, puesto que debe saber sobre la naturaleza de los ríos y sus fenómenos asociados, y porque está en la obligación y en el compromiso ante la sociedad de dar a conocer tales aspectos.
En resumen, de los desastres por deslizamientos e inundaciones que frecuentemente ocurren a lo largo y ancho del país, como también de las lamentables pérdidas de vidas humanas, de producción agropecuaria y de infraestructura, el único responsable es el hombre, en los diversos niveles de participación y de compromiso, como puede deducirse de las anotaciones anteriores.
Se requiere, entonces, de la reflexión individual sobre el nivel de responsabilidad que a cada uno corresponde y la firme decisión por un cambio de actitud sobre el particular. Pero quizás es el hombre-autoridad, llámese Alcalde, Director de Corporación,
Gobernador o Ministro, el que más pronto que tarde debe modificar su intervención y su desempeño, actuando con responsabilidad y compromiso con base en la legislación y su control, para que así dejemos de lamentarnos todos los colombianos y se puedan reorientar a otros menesteres los recursos que, siempre con urgencia, se destinan a la atención de desastres como los que se generan por las inundaciones y los deslizamientos.